A mí no me gustaba escupirles a los perros, pero lo hacía, porque ellos lo hacían, y se reían, mucho, con estruendo, y yo ensayaba también una risa siniestra, como la de mi padre, y a veces, pero a veces me gustaba estar solo, y meterme en alguna iglesia, aunque yo no sabía rezar, pero me lo inventaba, y me gustaba mirar a las señoras viejas que se tapaban la cabeza con pañuelos, y susurraban oraciones, los pañuelos eran oscuros, o lo que yo creía que eran oraciones, y me quedaba mirando a la figura del Cristo por si se movía, pero me aburría y me iba, y luego, otra vez con ellos, por las mañanas éramos los reyes de Nápoles, perdiéndonos sin rumbo por los laberintos de sus calles, y un día, me dijeron, vamos a robar una panadería, y me gustó que me lo dijeran, pero me dio miedo, y además ya no escupíamos a los perros porque eso era de críos, aunque, bueno, yo alguna vez lo hacía, pero sin que me vieran, y alguien sacó una pistola, que yo pensé que era de verdad, pero no, y nos llevamos todo lo que había en la caja, compramos mucho hachís y luego por la noche, éramos ángeles pírricos, imperturbables y bellos, y en el puerto los barcos se dormían con pereza, y en la televisión veía el gol que Maradona le había marcado de falta al Inter, y corría a abrazarme con el viento, y a la mañana siguiente, hacía mucho calor esa primavera, pero los turistas hacían fotos de la catedral, y se reían, y eso me molestaba, pero no sabía porque, y entonces me iba a buscarlos a ellos, y paseábamos por el puerto, que siempre olía mal, pero me gustaba ese olor, y pensaba cómo puede gustarme si apesta, pero no me importaba, y alguien me dijo que se iba a ir a Milán porque allí ya no había nada que hacer, y yo me callaba, claro, y luego miraba al suelo, pero pensaba que siempre había algo que hacer, o que a lo mejor podíamos dejar de robar tiendas, y por la calle pasaban varias monjas juntas, y aquello me hacía reír, y luego alguien me dijo mirándome muy fijamente a los ojos, que sentí un escalofrío, esta noche prepárate, haremos algo diferente, y fui a comer a casa, y vi las noticias con mi madre, spaghettis con tomate, había habido un terremoto en algún lado, y un vaso de cocacola, y unos perros olisqueaban en las piedras, y la pregunté puedo tener uno, mamá, y ella me dijo un qué, y me tumbé en la cama, mirando al techo, pero ya debía ser madrugada, y esperábamos en una esquina, y fumábamos mucho, y yo estaba preparado, porque me lo habían dicho, pero no sabía para qué, y cuando vi a aquella chica viniendo por la calleja comencé a tener mucho miedo, y pisé la colilla con la punta del zapato, y ella hizo ademán de pararse y girarse, y me dio rabia no saberme ninguna oración de verdad, y alguien dijo vamos, y yo me oí diciendo vamos, pero era como si yo no fuera yo, y alguien salió corriendo, y la chica también salió corriendo, y luego la levantaron la falda, y sus bragas eran rosas, y yo la tapaba la boca con la mano, y me mordió, pero no me importaba, y por la mano me goteaba la sangre, y alguien me dijo, ahora tú, y me puse sobre ella, y sonó una sirena, y pensé que al día siguiente me gustaría ir a una iglesia y que lloviera mucho, yo creo que era la sirena de una ambulancia, y que los turistas se quedaran en sus hoteles, y que alguien me explicase porque de aquel laberinto no se podía salir.
Nunca.
El puto amo!!! Eres el puto amo, Javi!!!!
By: Bñé on 27 agosto 2009
at 12:08 pm
Todo eso ocurrió en Pandemonium, seguro…
By: duartemanzalvos on 28 agosto 2009
at 12:47 pm
Sem palavras como em muitas vezes.
By: A Estrangeira on 29 agosto 2009
at 12:32 pm