El mar.
Durante muchos años se había detenido en aquel mismo lugar, tan bueno o tan malo como cualquier otro, y había visto explotar el amanecer, dejando que su mirada se rasgase cotidianamente por aquel horizonte acerado, tan imperturbable y preciso que llegaba a dar miedo. Durante todo este tiempo: esperó.
Deseó.
Y buscó con la impaciencia olvidada de un niño, algo extraordinario, algo que violase aquella perfección hiriente y fascinadora, creada tal vez por la mente de un monstruo divino o quizás, de un dios monstruoso.
Anheló barcos con piratas invisibles siendo naufragados por codiciosas tormentas.
Quiso olas que se congelaran lentamente y nunca rompieran en la frontera del brillo de la arena.
Aspiró a conocer serenas sirenas albinas de ojos oscuros vestidas en plata que le prometieran antropófagas eternidades innegociables.
Y ambicionó divisar un cardume de ballenas rojas, deambulando solemnes y distraídas por los alrededores húmedos de sus deseos.
Murió esperando y esperó muriendo, tan infeliz como había vivido, con el deseo intacto y sin transformar en realidad, ignorando acaso que, en verdad, en él habitó todo lo extraordinario que siempre buscó.
Me inclino ante ti. Maravilloso
By: morgaana on 3 abril 2007
at 7:35 am
No se puede sólo esperar…
By: Niha on 3 abril 2007
at 1:35 pm
perfecto & redondo :·)
By: anlene on 3 abril 2007
at 10:00 pm